Declaración de la Comisión José Antonio Aponte
contra el Racismo y la Discriminación Racial de la UNEAC
Las
ejecuciones extrajudiciales de ciudadanos afroamericanos no son en modo alguno
un dato inusual en los Estados Unidos de hoy. Los casos de John Crawford, en
Ohio; de Dante Parker, en Victorville, California; de Ezell Ford, en Los
Ángeles, California; de Eric Garner, en Staten Island, Nueva York --con su
dramático grito de “no puedo respirar”-- y de Michael Brown, en Ferguson,
Missouri, no son sino la punta del iceberg de un problema muy profundo y
complejo. Y que también arrastra, en cuanto al uso de fuerza policial excesiva
y festinada, a otros grupos étnicos como los latinos/hispanos. No hay datos
nacionales fidedignos a nivel nacional, pero distintas instituciones de la
sociedad civil norteamericana han hecho cálculos y proyecciones claras y
distintas sobre este problema.
En 2007 una investigación de ColorLine y TheChicago Reporter sobre tiroteos
policiales en diez grandes ciudades de los Estados Unidos encontró que había un
número desproporcionado de negros victimizados, particularmente en Nueva York,
San Diego y Las Vegas. En Virginia, el 49% de las muertes a manos de la policía
recayeron sobre ciudadanos afroamericanos, una estadística desproporcionada
considerando que estos constituyen solo alrededor del 20% de la población de
ese estado.
Más
recientemente, un informe del Departamento de Justicia sobre los sucesos de
Ferguson determinó que la policía local actuaba por motivaciones racistas y
violaba los derechos constitucionales de los afroamericanos. Encontraron
evidencia contundente de racismo y discriminación en sus correos electrónicos y
comunicaciones internas. Una, de noviembre de 2008, afirmaba que el presidente
Obama no se podría sostener en su cargo durante mucho tiempo porque “los negros
mantienen un trabajo estable solo cuatro años”.
En Ferguson, el 60% de la población es de raza
negra; virtualmente todos sus efectivos policiales son blancos. El 86% de los
automóviles parados por la policía eran manejados por negros, fenómeno
popularmente conocido como DWB (DrivingWhile
Black). Se trata de una de las caras más sucias del racismo, pero no la
única en una sociedad donde el componente de violencia constituye tanto un
elemento estructural como un círculo vicioso.
Llama
poderosamente la atención el hecho de que muchos de los asesinados sean
adolescentes y jóvenes afroamericanos que ni siquiera portaban un arma. La
lógica consiste en disparar primero y preguntar después. Los policías blancos
suelen salir abrumadoramente absueltos en los casos donde lleguen a los
tribunales.
La
Comisión José Antonio Aponte contra el racismo y la Discriminación Racial de la
UNEAC condena enérgicamente estas prácticas racistas y se une a las numerosas
voces que, dentro y fuera de los Estados Unidos, exigen poner fin tanto a esos
asesinatos como a la impunidad de unos agentes públicos cuya función es,
supuestamente, proteger y servir.
Una
vez más, los modelos civilizatorios destinados a la exportación se quiebran
ante la dura y terca realidad de los hechos.
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