Foto: Jorge Luís Sánchez Rivera |
Laborar
por y para el arte implica compromiso, entrega, sacrificio y dedicación, lleva intrínseco
sobreponerse al dolor para hacer reír, tener agudeza en la visión y el olfato
para identificar la belleza quizá en lo más imperceptible, renunciar al goce
personal para entregarse al de muchos, por eso cada catorce de diciembre se
celebra en Cuba el Día del Trabajador de la Cultura.
La
fecha se corresponde con el aniversario del natalicio de Raúl Gómez García.
Especiales
son los dotados con el talento necesario para arrancar una lágrima desde la pantalla del cine o el televisor, desde detrás
de un piano o con la pluma.
“La
cultura es escudo y espada de la nación”, sentenció Fidel Castro en justo
reconocimiento a quienes defienden lo más
genuino de las tradiciones sin claudicar ante lo foráneo por contagioso que
sea, cual escudo defensor de la identidad nacional.
Pero
de igual manera, en mi opinión, esta sentencia abriga a los nuevos, quienes sin
olvidar sus raíces se lanzan por derroteros escabrosos para apegarse a las
nuevas sonoridades, a lo más contemporáneo de la danza y a las maneras más
novedosas del espectáculo, cual espadas que abren nuevos horizontes.
En
las Casas de Cultura, sorteando obstáculos inimaginables, afrontando carencias
e incomprensiones; en las academias de arte donde no están todas las
condiciones materiales pero si el deseo, la entrega y la responsabilidad ante
el futuro.
En
la escena internacional granjeándose lauros que nadie puede negar a pesar de
los pesares, los trabajadores de la cultura cubana son dignos herederos de del
poeta de la generación del centenario.
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